Adicción al sufrimiento

La Madre Teresa de Calcuta, el Señor y la Virgen María la tengan en su santa gloria, viéndote disfrutar la vida.

Usamos la expresión “abogado del diablo” como coletilla para advertir a nuestros interlocutores que las siguientes declaraciones son un argumento contrario, sin untarse de esa grasa viscosa que es la hostilidad verbal. El término es tomado del argot forense canónico de la iglesia católica. El abogado del diablo es el erudito o testigo que actúa en contra dentro de un proceso de canonización o beatificación, que es ese proceso jurídico mediante el cual un ciudadano común y corriente es ascendido a categoría de “santo”, según los estándares de la iglesia católica, y por lo tanto, se le entrega credenciales para cenar con la Virgen María, contarse chistes con los ángeles, hacer corrillo con otros santos, se le puede venerar en capillas, hacer estatuitas o figuras de acción, estampas, se le puede rezar, prender velitas, se le puede pintar con aura, mejor dicho, es como iniciar una franquicia, más o menos. Pues bien, en el proceso de beatificación de la Madre Teresa de Calcuta, que tiene muchísimos fans en el mundo cristiano, incluyendo la iglesia que nos atañe, Christophen Hitchens, ateo por excelencia mediática e intelectual y un adusto doctor inglés de origen indio (de la India), Aroup Chatterjee, hicieron ese papel, infructuoso, por cierto, de abogados del diablo contra su beatificación. Para Aroup Chatterjee, estimado colega, la Madre Teresa no fue una santa, sino una vieja mezquina e hipócrita. A lo que muchos responderán saltando de sus asientos con indignación, es como decirles que Scarlet Johanson es en realidad hombre, ¡abrasevistopordios! A mí, la verdad, sus argumentos me convencen. La razón es que, en sus famosísimos centros de atención a los indigentes de Calcuta, se les ofrecía la paz de un techo y una esterilla para pasar los últimos momentos de sus tristes vidas, ayudados en esa transición por las monjitas y Sor Teresa, a un bel morir, con la esperanza bendita de que el sufrimiento de la enfermedad y la muerte purificara sus almas, para reducir sus penas en el purgatorio, si no salvarlas del horrendo infierno. A través del dolor se purifica el alma, antes de partir en bombas para ser recibidos, eso sí, por llamas no menos dolorosas que los morideros auspiciados por esta caterva de bien intencionadas señoras y su líder, que recibía donaciones por millones de dólares que iban a los bancos del Vaticano, para eso de hacer tesoros en el cielo, que queda más o menos a medio camino de la bota itálica, según sus fieles seguidores, pero ninguno para construir un hospital con todos el personal, salas, insumos y equipos que se requieren para atender a sus tan solicitados moribundos de las calles de Calcuta.

Y si nos fastidia esta historia, no está lejos de esa obstinada fascinación que los cristianos, incluyendo adventistas de todas las latitudes, tienen con los mártires, que no criticamos con tanta desfachatez en los jihadis islámicos que se inmolan igual que Ricaurte en San Mateo, como dice el himno de mi patria, en átomos volando. La invitación de tomar la cruz, la paranoia de la persecución, la aparente exaltación paulina a la perseverancia, las privaciones y el dolor, parecen, a veces, convertirse en objetivos, no en circunstancias incidentales. A tal punto, que la historia demuestra dos consecuencias paradójicas. La primera, es la insuflación de una doctrina que basa la salvación en los méritos, y qué más mérito que sufrir, cuya fundación yace en la distorsión del carácter del Dios de amor que se revela en la narrativa acumulada de la Biblia, en la idealización del alma inmortal humana en una vida después de la vida, con cielos, infiernos, e intermedias, que facilita, por una parte, la sujeción de las consciencias al amaño y la manipulación de los señores de este mundo de hombres moralmente empequeñecidos y temerosos. La segunda, es la interesante transformación de estos estados de lánguido sufrimiento colectivo en verdaderas empresas criminales, que se adhieren a cualquier viso de amistad con los poderes políticos y militares que les den un respiro, y un puesto en dominio de los asuntos mundanos, para lo cual se decretan a fuerza los caminos moralizantes, los sufrimientos peregrinos, y se excluyen sin misericordia alguna todo lo que no parezca someterse al estándar, sean mujeres, homosexuales, o herejes, o liberales, que para el tiempo que vivimos, viene siendo lo mismo. La virtud se convierte en un remedo patético, la estupidez se pasea rampante, pero la pompa, la moral, y las adormecidas consciencias de todos los que se unen a los opresores permanecen tranquilas e inactivas, indolentes, al fin y al cabo, el dolor ajeno es expiatorio. Aún peor es la circunstancia de aquellos que, con el anhelo de ser parte de ese selecto grupo de mártires, provocan los males que tratan de evitar, inducen la persecución, extreman sus fanatismos, todo con el oculto deseo de ser vistos, si no por congéneres igualmente obtusos, por lo menos por ángeles, otros santos allende este mundo, la Virgen, o por Dios mismo. Sí, el crisol afina el oro, sin duda, pero no es el oro el que se acrisola, es el Orfebre.

San Albán, primer mártir británico, es ejecutado al inclinarse a tomar agua que brota milagrosamente del suelo, mientras los ojos del verdugo saltan de sus órbitas, los demás testigos observan con indescifrable pereza toda la escena, como si estuvieran viendo una serie malísima en Netflix.

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